martes, 26 de diciembre de 2006

DON EZZIO o HISTORIA EN DOCE INFORMES


I

Cuando conocí a Ezzio Marchi ya era un hombre entrado en años, calvo, con bigote breve al estilo de los años cuarenta. El común interés por la historia nos animaba a largas caminatas por el pueblo. Don Marchi dominaba admirablemente las fechas y los datos menudos más asombrosos. Su virtud era el conocimiento de la anécdota histórica, sobre todo las referidas a los caudillos de fin del siglo XIX.

II

La prima de don Marchi era una mujer muy especial. Hábil para la intriga, aunque poco culta. “¿Usted sabía, Molina, las historia de la viuda de Domínguez?” fue la pregunta con la que me recibió una tarde. “No, no creo conocer a esa señora”, contesté con poco interés y algo de descortesía. No iba yo a hablar de historias de pueblo sino a tomar mate con su primo.

“Mi primo mató a Juan Domínguez, el rengo”. “¿Cómo? ¿De qué habla, Adela?” “Usted, Molina, tiene que conocer la verdad, antes de que alguien le venga con mentiras, usted es amigo de mi primo”. Me llamó la atención que Marchi no apareciera a saludarme, luego supe que no estaba.

“El rengo Domínguez la maltrataba mucho a la pobre mujer. Todo el pueblo lo sabía. Así, rengo como era, la castigaba con una fusta y no la dejaba ir ni a la carnicería. Era un loco. Una tarde mi primo vio cómo este degenerado le pegaba en plena cara y le gritaba a la infeliz que ni se atajaba. Entonces Ezzio lo paró, le dijo que no era de hombres castigar a una mujer, que no le pegaba porque era disminuido. Domínguez se fue y mi primo acompañó a la mujer hasta su casa.” Tengo que confesar que me parecía tan extraño como novedoso todo ese asunto con tinte novelero en la vida de un hombre como don Ezzio.

“Pasó como un mes, una noche Ezzio volvía tarde a su casa cuando el rengo lo atacó a bastonazos y en eso sacó un puñal, ahí fue que mi primo con su revólver le pegó un tiro.” Yo no atinaba a articular palabra, cuando Adela agregó como contestando a alguien: “Fue en defensa propia”.

III

Recorte de CRÍTICA, 26 VI 1942:

“Un hecho de sangre ocurrió en la localidad de General Heredia cuando el vecino Juan Domínguez murió instantáneamente al recibir dos disparos calibre treinta y ocho en la noche de ayer. El presunto matador, vecino de la localidad y agente de la policía de la Capital, se entregó detenido a las pocas horas del hecho. Aún no hay detalles debido al secreto del sumario.”

IV

Fuimos una tarde a visitar el museo privado de un pintor local, ya fallecido. No sé si era buen pintor. Sus cuadros eran paisajes suaves y algo impresionistas de cómo era el pueblo cincuenta años atrás.

Nos demoramos bastante y cuando salimos ya estaba oscuro. Fuimos zigzagueando por calles semialumbradas, charlando de los discursos de Alem en la legislatura de Buenos Aires. Cuando cruzamos la esquina de Arroyo y Sarmiento, don Ezzio se detuvo y me apretó el brazo. Se quedó parado un instante y me dijo con esfuerzo: “Aquí, Molina, me ocurrió la peor desgracia de mi vida.” Me quedé callado como si no quisiera oír más. “El rengo Domínguez se me vino encima, primero me arrinconó, ahí, a bastonazo limpio y sacó un cuchillo... yo manoteé el treinta y ocho y le tiré...” Yo seguía callado. “Pobre Domínguez, pero quería matarme, Molina, era él o yo...”

V

Recorte de CRÍTICA del 27 VI 1942:

“El presunto asesino de Juan Domínguez, vecino de General Heredia, que -según informáramos ayer- murió de dos disparos de calibre treinta y ocho, en la esquina de Sarmiento y Arroyo de la citada localidad bonaerense, el agente de la policía de la Capital, Ezzio Marchi, continúa incomunicado a disposición del juez actuante. Entre los vecinos del occiso es poco lo que pudo saberse. Se cree que el presunto asesino mantenía una lejana enemistad con la víctima, que desembocó en una tragedia. La viuda no recibe a nadie y no se la ha visto, al decir de los vecinos, ni siquiera en el velatorio y entierro de su esposo.”

VI

Aquella noche fue decisiva, la historia de la muerte del rengo ya no me abandonaría, a pesar mío, que ni siquiera curiosidad sentía, pero parecía que todas las circunstancias y los personajes me iban acercando al tema.

Una tarde estaba en la peluquería de don Cosme Novoa, que era algo así como un archivo caminante de las historias y sucedidos del lugar. Como mis temas de conversación con él se agotaban en los datos del tiempo, ya que de fútbol o carreras no sé nada y en política no podíamos ponernos de acuerdo, don Cosme se apuraba conmigo para no aburrirse a menos que algún otro estuviera allí para darle charla. Aquella vez estábamos solos y él fue directo al grano, porque yo ya había enmudecido: “Así que se nos ha hecho amigo de don Ezzio, flor de piedrita pa’ una gomera...” Lo miré por el espejo con cara de no entender, aunque me imaginaba adonde apuntaba. “No vaya a cree que tengo algo con él, no. Yo sé lo que cuentan por ahí, de su pasado... de su presente sabrá usté”. “¿Y qué dice que dicen por ahí?”, le pregunté, no sin disgusto, ya que apreciaba a don Ezzio. “Y verá. Parece que el hombre quería atracarle la mujer al rengo...” Ante mi cara de disgusto don Cosme buscó cortar el tema ahí mismo: “... pero usté vio, son habladurías...” Y allí terminó la conversación.

VII

Recorte de CRÍTICA 5 V 1943:

“Hoy ha quedado en libertad el agente de la policía de la Capital Ezzio Marchi, quien diera muerte el año pasado, en la esquina de Sarmiento y Arroyo de la localidad bonaerense de General Heredia. a Juan Domínguez. Fuentes del Juzgado informaron que el Juez confirmó, a pesar de algunas dudas surgidas en la etapa sumarial, que se trató de un acto de legítima defensa.”

VIII

Así fue como, ya acicateado por la curiosidad, comencé a visitar los archivos de los diarios de la capital. Solamente Crítica había publicado algo, pero no aportaba nada a lo que me había dicho Adela. Por otra parte, no entendía por qué motivo, esta mujer, había sacado a luz un tema que para mí no existía.

Por cuestiones de trabajo tuve que viajar a San Isidoro sede de una oficina del ministerio y del juzgado. Tomando un copetín en la vereda de la confitería “La Amistad” me encontré con el Dr. Echarte, antiguo amigo con quien anduvimos en política en nuestra juventud. Él seguía siendo un activo dirigente del partido, yo apenas un hombre de pueblo, sin aspiraciones ni votos. En medio de la conversación me pide que lo acompañe al juzgado, para seguir hablando por el camino y luego ir a cenar al club. Fuimos. En el camino me acordé de don Ezzio y le pregunté a Echarte si era posible ver en el juzgado un expediente de 1942. Me dijo que sí, que tenía amigos que lo conseguirían, pero no para hoy. Como debía quedarme un par de días por un “asuntito privado”, quedamos en que pediría el expediente. Echarte, que era muy reservado, no preguntó sobre mi interés en algo tan ajeno a mi trabajo y carácter, pero no dudo que, por dentro, habrá sentido curiosidad.

El dichoso expediente no estaba, había desaparecido, presumiblemente en un saqueo que hubo durante la revolución de junio de 1943.

“¿En qué andás, Molina?” Se largó finalmente Echarte a preguntar. Medio a los tumbos le conté mis dudas, ya que no terminaba yo mismo de entender cómo este tema me había abordado.

Echarte me invitó a su casa prometiéndome un alivio para mi curiosidad.

“Mirá, Molina, vos sabés que, a pesar tuyo, en el partido sos un hombre respetado y en ese pueblo adonde te enterraste no tenemos otra persona más respetable que vos...” “Pero yo no pretendo...” “Te conozco, Molina... sé que no sos ambicioso, aunque no sé por qué...”

Traté de atajarlo: “Echarte, no quieras que a esta altura, cuando solamente quiero ser olvidado, desaparecer, tenga que meterme de nuevo en cosas de la política...”

“Querido amigo... sé qué no querés, sé qué podemos pretender de vos en el partido... nos hacés falta, sin figurar, sin quilombo, vos me vas a entender. Pero sea como sea tengo que advertirte algo... Ese hombre... Marchi, no es santo de mi devoción. No es un tipo importante, pero es peligroso.”

“A mí no me va a matar, che...”

“Molina, no sé qué te interesa de Marchi, no me preocupa el asunto de polleras en que anduvo, allá él con eso; es peligroso para el partido... hasta te diría que para nuestro pellejo...”

Para “hacerme entrar en razones” Echarte me citó para el día siguiente en “La Amistad” para ir a ver a un conocido suyo. Fuimos.

Nos encaminamos, como paseando, por la calle ancha con bulevar que termina en la estación del ferrocarril. Cruzamos las vías y nos metimos unas cuadras en las casitas humildes que anteceden a las chacras.

Humberto Pérez, hombre que habría sido de buen porte en su juventud, era moreno. Según supe enseguida, había sido de la policía de la Capital allá entre el treinta y el cincuenta y pico. “Qué quiere que le diga, don Echarte, aquel hombre parecía uno de los mejores. Educao, bastante leido, siempre andaba con algún libro de la biblioteca “Almafuerte”. Por el treinta y pico dejó el servicio de calle, lo vistieron de paisano y no lo vimos más... Después supe que andaba en política, estuvo por Entre Ríos allá por el treinta y dos o treinta y cinco (no me acuerdo bien), fue pa´ la revuelta de Pomar. ¡Qué gente! Se hacían matar armando revoluciones para Alvear y el pelau no les daba bola...” ¿Y Marchi qué tenía que ver? No sé don Echarte, pero salió rápido y volvió a desaparecer. Para mí laburaba de entregador... como todos los cagones...”

No fue mucho más lo que nos contó Pérez. Volvimos por el mismo camino. Echarte empezó a ser más explícito: “Vos sabés, Molina, que no son tiempos buenos para nosotros. Tenemos amigos presos y a los menos conocidos los limpian directamente. Hay que cuidarse. Podés ayudarnos mucho, nadie se puede acordar de tus años de militancia en la causa. Necesitamos comunicarnos sin que se note, tener información.... Creo que me vas entendiendo.”

Por supuesto que le entendí. No podía negarme.

IX

“General Heredia, 6 de mayo de 1942

Querida Ema:

Hace mucho que no te escribo, ¿cómo andás? ¿Qué tal la vida en Buenos Aires?

Aquí sigue todo igual, si pudiera hacerme de unos pesos me iría también. Vos sabés cómo es Juan y que lo aguanto porque no tengo adónde ir ni quién me proteja.

La “historia” que te conté no sirve para nada. Es peor que Juan de celoso y es tan cobarde que ni piensa dejar a la mujer para irse conmigo. No tengo consuelo, Emita. Si pudiera irme...

Te mando un recorte del Heraldo con la sección sociales, ¡las sorpresas que te vas a llevar!

Espero la tuya ansiosamente. Besos de tu amiga.

Aurora.”

X

“General Heredia, 30 de junio de 1942

Querida Ema:

Te escribo en el colmo de la desesperación. No sé si habrás visto en el diario que ha muerto Juan. Lo mató Ezzio. Fue espantoso...

Yo le había dicho a Ezzio que termináramos, que era inútil, que esa relación me estaba terminando de destruir.

Ahora todo ha terminado. Gracias a los pesos que me mandaste, algunos ahorritos míos y un dinero que encontré en el escritorio de Juan, podré irme a Buenos Aires. Quiero olvidar este infierno. No sé cuándo viajo, será cuanto antes. Desde la terminal te llamaré por teléfono.

Gracias por todo. Abrazos. Tu amiga. Aurora.”

XI

Volví al pueblo con cierto gusto amargo en la boca. No podía entender la forma en que esta historia absurda podía enredarse en asuntos del partido y al mismo tiempo verme comprometido después de tantos años de huir de toda figuración.

Mi vocación de fantasma me había llevado a este pueblo, General Heredia, en qué ignota batalla habrá peleado, me lo imagino barbudo, moreno, sin morrión, con poncho y un sable... Querer ser fantasma, venir aquí a escribir cuentos fantásticos para que me los publique El Hogar con un seudónimo anglosajón, para que nadie quiera saber de quién se trata y esperar la vejez masticando vientos y recuerdos. Ahora me atrapa la historia de este viejo, sus pecados y miserias... ¿a título de qué?

Es necesario que envíe algunos datos sobre dos profesores del Nacional que están siendo seguidos por la policía, ya me confirmaron que les quedan pocos días, en un par de horas me encontraré con uno de ellos para avisarles, en Necochea los ayudarán a esconderse unos días, para luego pasar al Uruguay en un carguero que está amarrado en Quequén... Dios, si es que mira para esta pampa, los ayude a sobrevivir.

XII

Entrevista de la Sra. Ester Arrieta de Marchi con el Dr. Echarte de la Comisión de Investigación de atentados contra los Derechos Humanos en enero de 1984

Mire Doctor. Es poco lo que puedo contarle de aquel tiempo. Ya soy una mujer grande y de muchas cosas que he vivido quisiera olvidarme para siempre. Lamentablemente los recuerdos no pueden borrarse solamente con la voluntad. No entiendo por qué debo cargar con tantos de los más dolorosos, especialmente para una mujer de mi edad.

Me casé muy jovencita, como era costumbre en mis tiempos, con Ezzio Marchi. Parecía un muchacho bueno, educado, dado a las cosas simples. Le gustaba leer mucho, sobre todos libros de historia.

Él trabajaba en la policía de la capital hasta que un día me contó, muy en secreto, que lo habían pasado al ministerio del interior a lo que llamaban “policía política”. Me dijo que era una repartición encargada de descubrir infiltrados del comunismo en el país. Luego de eso comenzó a trabajar en una inmobiliaria y nadie conocía que seguía ligado al gobierno. Yo sí lo sabía, pero él me había explicado que si contaba esto, aunque sea a mi madre, sus superiores se enterarían y corría el riesgo que lo metieran preso o que alguna célula comunista lo matase.

Ese temor me acompañó toda la vida. Aún después de aquel episodio desgraciado del Rengo Domínguez, cuando ya me había mudado del pueblo y trataba de seguir viviendo y criando a mi hijito (por entonces de menos de diez años), seguía temiendo y decidí no contar nada a nadie y que las cosas se fueran arreglando solas.

Hoy, visto con el paso de los años, agradezco que haya ocurrido esa desgracia. Ezzio es un hombre violento y varias veces me había pegado, obviamente cuando aún vivíamos juntos.

Después de que salió de la cárcel no me buscó ni a mí ni a su hijo. Es así que no sé mucho más de él y le aseguro que no quiero saberlo.

Espero haberle sido de utilidad, Doctor.

Relato del Sr. Ernesto Pereyra peluquero, discípulo y antiguo empleado del Sr. Cosme Novoa.

Mire doctor, yo me animé a venir a contar lo que sé de puro comedido porque tanto al Sr. Molina como a don Ezzio Marchi los conocí de chico y de muchacho, veía seguido al Sr. Molina en la peluquería cuando lo atendía don Cosme, que en paz descanse.

Este Molina era nuevo en el pueblo, aunque vivió allí hasta que no se supo más de él. Todos creen que murió porque un buen día desapareció sin dejar huella. No se llevó sus cosas de la pensión en donde vivía ni se despidió de nadie ni nada... Como si se lo hubiese tragado la tierra.

Con los años supe la historia que me contó don Cosme sobre Ezzio Marchi y la muerte del tal Domínguez ese, en los años cuarenta. De don Molina dicen que ayudaba a la gente que perseguían los militares. Los subversivos, como se decía entonces. Cuentan que él les conseguía ayuda para que se escapen, plata, algunos datos para que puedan irse del país, esas cosas... Ha de ser por eso que lo habrán despenao... usté sabe como eran esos años... aparecían cuerpos de gente muerta como si cayeran nueces de un árbol... daba miedo, vea.

Descodificación de información de la Secretaría de Inteligencia dispuesta por el Sr. Juez Rossmann

MOLINA, Jorge Guillermo

NACIONALIDAD: Argentina

ESTADO CIVIL: Soltero.

FECHA Y LUGAR DE NACIMIENTO: Capital, 3 de diciembre de 1932

ESTUDIOS: Secundarios completos, universitarios parciales.

OCUPACIÓN: Viajante de comercio. Comisionista de ganado.

IDEAS POLÍTICAS: ASP 22 -

CARGOS POLÍTICOS QUE OCUPÓ: Diputado de la provincia 1962-1966

CALIFICACIÓN: De cuidado.

RECOMENDACIÓN: Vigilar.

ÚLTIMAS ACTIVIDADES RELACIONADAS A LA SEGURIDAD PÚBLICA:

Asistencia a elementos subversivos. Reuniones con integrantes de su partido.

RECOMENDACIÓN DE MÁXIMA: Disponer a PEN[1] y/o Traslado[2]

“Nunca creí que pudiera pasar lo que está pasando. No entiendo qué quieren estos tipos persiguiendo con tal saña a esta gente. Ninguno significa ninguna amenaza contra el estado. La mayoría son muchachos y muchachas con inquietudes como todos los de su edad. Otros son profesores o abogados que tratan de defender a los que van presos (los pocos que son legalizados después de las torturas).... No entiendo esto. Va a ser difícil que podamos salvar mucha gente. Es más, Echarte, dudo que podamos salvarnos nosotros.”

(Fragmento de una carta de Molina al Dr. Echarte, poco tiempo antes de desaparecer en 1978)

Esa tarde fui a ver a don Ezzio como era mi costumbre. Quería seguir compartiendo con él mis amarguras. Ya no busco hablar con el viejo de temas históricos, estoy abrumado por lo que está pasando. Trato de encontrar una razón a esta locura de muerte... Él toma mate y casi no responde.... ¿qué pensará este hombre mayor de esta locura?

· Cuando salí de la casa de don Ezzio un Falcon se me paró al lado. Bajaron cuatro. Ni me preguntaron quién era.... me empujaron adentro y me llevaron entre dos en el asiento trasero. Ya no sé cuántos días hace que estoy en este infierno. No sé para qué se ensañan conmigo... creo que saben ellos más que yo de las actividades de los muchachos que ayudé.... ellos conocen los nombres, todo.... ¿para qué se ensañan? Tengo la esperanza de que me trasladen a un penal porque ayer escuché que decían señalándome “a ese lo trasladan mañana....”



[1] Poder Ejecutivo Nacional.

[2] En la jerga de la represión de la dictadura militar de 1976 a 1983, por “traslado” se entendía la ejecución del prisionero.

jueves, 21 de diciembre de 2006

LA ESQUINA

Hacía tiempo que buscaba esa esquina. Jamás pensó que estaba tan cerca.

Caminar una ciudad puede ser agotador o fascinante, después de todo la diferencia está en las intenciones. Andar de comercio en comercio, buscar direcciones, hacer diligencias, pretender achicar los valores de la relación espacio-tiempo. Eso es degradante, se acerca a la sinrazón.

Ir dibujando los accidentes de los cordones, acertar las edades de las casas, consignar las diferencias entre los adoquines. Espiar en las cortadas cómo los yuyitos van invadiendo el pavimento, acertar las profundidades de las zanjas. Llevar una estadística, un tanto vaga por supuesto, de las miradas de las muchachas de cada barrio. Eso se asemeja un poco más a la vida, se acerca al tiempo.

Sin embargo esa esquina, que sabía que existía, que esperaba encontrarla, no podía calcularla tan cerca, tan a mano.

Las voces de los amigos se habían apagado poco tiempo después que el amor. Sin peleas, sin disgustos, sencillamente se fueron alejando, esfumando, como saliendo de una frecuencia. Así, las horas comenzaron a perder distancia, las distancias, el tiempo, fueron perdiendo sentido.

Luego del cierre de la empresa, de intentar otros sinsabores laborales, la ciudad empezó a hacérsele infinita, sin salida, un compendio de edificios y bocinas.

Desde su juventud que no buscaba con decisión esa esquina. Algunos dolores le hacían recordar que debía encontrarla, aunque nunca lo tomó como un a obligación, siempre lo tenía presente.

Haberla encontrado tan cerca no estaba en las cuentas. Tal vez debió haber ocurrido antes, hubiera ahorrado dolores, desesperanzas, angustias. Pero esa esquina nunca se encuentra antes.

La reconoció al instante. Llegó a darse cuenta de la marca del coche, hasta parece que vio la cara de desesperación del conductor. Así debía ser, esa era la esquina sin duda, la última, la del final. Murió antes de que llegue la ambulancia, como debía ser.