domingo, 17 de junio de 2012

Pedro...quo vadis?




Todavía no se explica bien de qué huye. Llegó, a pesar de todo, a la “terminal” de Posadas sin equipaje, con el nombramiento provisorio en la policía del Territorio Nacional, la barba crecida y sin demasiados sueños. Para un hombre de apenas veintitrés años es pesado tener historia.


Salió del pueblo, hacia Córdoba, con apenas trece años, aún imberbe, buscando una salida. Pesaba la hosca figura paterna sobre  la suave y resignada de doña Carmen. Año treinta y uno de un siglo que parece el último. Para él seguramente lo será. Pero falta mucho. Con el tiempo doña Carmen vería partir a todos sus hijos. Los mayores buscando refugio en los conventos, buscando en Dios una mirada menos amenazante que la de su padre. Las mujeres casándose pronto, los menores al ejército. Todos cambiando de amo. ¿Cuánto tarda un hombre en ser su propio dueño?

El convento de La Merced nunca estaba cerrado pero la disciplina de los frailes era difícil de soportar. Pudo adaptarse, su rebeldía corría por rumbos que aún no consideraba a esos muros como hostiles.

La historia griega y de la Roma antigua fueron un refugio ante la soledad infinita. En los años que van de los trece a los veinte se crece rápido, se cambia mucho. Los veinte lo encontraron en Villa María haciendo el servicio militar: otro hábito, otra disciplina, liturgias sin latines.

Cuando era chofer en la estancia de Barón Visa todavía no se había desatado el drama de aquel patrón excéntrico con su mujer, pero el ambiente ya estaba enrarecido. Era necesario alejarse y lo más parecido a la “legión extranjera” eran las policías de los territorios nacionales. Así apareció Posadas en el horizonte, un destino inimaginado en la frontera de la locura, el calor, la desesperación.

Pretender un destino de normalidad, de burgués satisfecho no puede considerarse despreciable. Un escritorio y el traje gris reemplazaron al uniforme caqui. Las muchachas de “la bajada” no dejaban de ser “una distracción”.

“Sentar cabeza” puede ser el punto de partida para la vida adulta. ¡Qué error! Mujer, hijos, casa propia, “respetabilidad” pueden esconder, encadenar demonios.

Cuando unos meses antes de llegar a los sesenta fue internado en el Hospital Británico ya sabía que se acercaba al final de la huida. Los hijos (los que lo rodeaban y los que habían partido antes que él), las mujeres, los libros, los silencios, la muerte.

Cuando lo paseaban por los jardines del hospital, al igual que en la terminal de ómnibus de Posadas, aún seguía preguntándose de qué huye. Alguno, simplista, podría ensayar obviedades. Nadie conoció su respuesta. Ha pasado el tiempo, han desaparecido los testigos, se han perdido los documentos. Este Pedro nunca contestó al que le preguntó: “Quo vadis?”

Huir de uno mismo, cargar con cadenas, vocación de fantasma. Escapar de los amos, llorar bajo la luna. Nunca hubo respuesta.

Recuerdo a este Pedro que no volvió a Roma como el pescador de Galilea… este volvió más lejos dejándonos su vida como un dibujo del Bosco, llena de fantasmas y preguntas. Nos dejó sus libros subrayados y sus cartas deseperadas….

Agradecemos su amor, sus dudas y sus penas, que son las de todos.