viernes, 5 de junio de 2015

INFORME SOBRE ROMERO

Cuenta Molina:


“Ah, mire profesor Molina, yo no vengo acá a clase para salir dotorcito, evangelista o maricón.  Vengo acá pa’ no volverme loco pensando y con las cositas suyas, las rayitas y los números de la profesora Rúccoli, salgo un poco de los recuerdos.  Calcule que tengo tiempo pa’estar recordando, siempre lo mismo, desde el principio.”

El interno, hombre de unos cincuenta años, venía a las clases que se dictaban en el penal con su cuadernito, un lápiz negro y su goma.  Se sentaba por el medio del aula.  Parece que tenía algunos problemas de miopía por sus esfuerzos en mirar al frente pero no se atrevía a ubicarse más adelante.  Podría ser pudor o no sé qué, pero prefería mirar de reojo a su compañero de asiento para acertar a copiar.  Le costaba escribir, lo hacía con una letra infantil, anclada en sus años de escuela primaria, como si recién hubiera salido de ella.

“Yo no hice nada que no se hiciera. Que hizo mi padre, hicieron mis primos y vecinos.  Que se debe hacer entoavía en la provincia, profesor.  Tendría unos treinta y tantos años cuando fui a lo de la Chicha Leiva, al fondo del barrio El Latón, cerca de Merlo.  Unos barriales para llegar.  Yo sabía que la Chicha tenía varias hijas.  Como ella supo ser linda moza allá en la provincia, yo le conocía, era de un pueblo cerca de Casapava, las hijas debieran ser, y son profesor, lindazas y sanitas.  Yo fui a verla nomás, me costó llegar, pero fui.”

En aquel tiempo el servicio penitenciario de la provincia era mucho más amplio y creativo que lo que vino luego de Onganía.  Había algunos tipos jodidos, formados en los ’40 y ’50, pero estaban aplacados, su dureza estaba orientada hacia determinados internos como los de “delitos políticos” y los violadores.  A los demás no los molestaban mucho e, incluso, a algunos los respetaban, sea por su poder económico (fuera de los penales) o por su bravura, en los casos de los “pesados”.  Mi retiro de la política, antes de ir a Heredia, me había llevado a dar clases de historia o de literatura.  Como no había muchas vacantes, acepté ese puesto para dar clases a los internos del penal.  Allí traté a Romero.

“Verá, profesor Molina... ya sé que no quiere que le diga “profesor”, pero pa’me sale así, sin pensar.  Verá, le decía, ya había pasado los treinta y andaba porái penando  y solo.  Había podido comprar un terrenito con una casilla, con bomba y todo, por Moreno era.  Sí, por Moreno, verá.  Ya podía dejar la pensión.  Pero no iba a vivir en un ranchito solo.  Se me iban a réir o iban a crer que’ra maricón.  ¿Me’ntiende profesor, digo... don Molina?
Un  rancho sin mujer es como una campana sin badajo, no sirve, no tiene sentido ni atrativo.”
En clase era atento, preguntaba poco, se ve que le tenía miedo pánico al ridículo.  Me encaraba afuera, en el pasillo o en el patio que había para los alumnos, porque eran internos de buena conducta y no había problemas con ellos.
Solía hacerme preguntas inteligentes.  Aunque él no lo sabía, era de los mejores alumnos que había.  Es una pena.  Ese hombre, Romero, con mejor formación en el tiempo adecuado de su vida, hubiese terminado siendo útil a la sociedad y a sí mismo.
“Fui a lo de la Chicha.  Tomé unos mates en el patio y finalmente le dije nomás, como se hacía en la provincia y por acá en los barrios se debe seguir haciendo, don Molina.  Le dije, pues, le dije: ‘fijate Chicha si no tenés alguna de tus guaynas como para mí, de unos veintipico, que sea sanita y hacendosa.  Ya tengo el rancho y estoy solo nomás...’   ‘Uhhh... ‘ me dijo, ‘sos pretincioso como todos, Romero.  D’esa edá ya las tengo todas juntadas o me trabajan para mí... no, nu'hay.  La que mestá creciendo rápido y ya tiene tetitas y todo,  es la Zully que ya pasó los trece el mes pasáu... Podría ser la Zully si querés, Romero.  Perá que te l’hago llamar y la ves.  Si te pá es pa vos nomás, con algún regalito para la suegra, nada más.’ “
No tenía grandes problemas en el aprendizaje.  Es notorio que su lenguaje escrito, aunque sencillo y con letra dificultosa, era correcto y sin barbarismos.  El oral, en cambio, seguía sin variaciones desde el primer día.  Tal vez no quería demostrar su crecimiento cultural.  Supongo que para él y el medio en que desarrolló su vida, el hombre culto tenía que ser o superior por poder y riquezas o ridículo o afeminado.  No entiendo de otra forma esta dualidad.
“Ahí me trajo a la Zully.  Era guaynita nomás, con cara pícara, flaquita pero linda.  La miré un rato y le prigunté por qué se llamaba Zully.  Me dijo que’ra cosa de su mama.  La Chicha me dijo que por los ojos negros como de Zully Moreno la había llamado así.  Me gustó la Zully.  A los tres días le llevé un calentador Bram Metal a la Chicha y me traje a la Zully pal rancho.  No quería dirse, no.  Lloraba y se agarraba a un arbolito mientras las demás guaynas miraban  duritas por la ventana de la casilla.  Pero se vino conmigo nomás y así empecé a ser un hombre con mujer.  La verdá se mescapó dos o tres vece.  La’iba a encontrar de nuevo en lo de la Chicha que ya la amansaba un poco a cintarazos.  Yo no le pegaba mucho, algunas veces, pa’que me riespete y lave la ropa, nada más.  Cuando sembarazó la primera vez ya no se escapó más.”
Esos años sesenta, tan raros.   Parecía que todo iba a ser mejor y empeoraba cada vez más.  Me sumergí en estos pueblos para no ver lo que venía, porque un sentido no definido (una especie de sexto sentido) me hacían prever tiempos terribles y creí que el interior era más sano, menos peligros.  El tiempo me diría que no, que me equivocaba.  Sin embargo me refiero a la década del 60 y acá nomás a menos de cincuenta kilómetros de una ciudad como Buenos Aires, un hombre se podía apropiar de una niña, apenas adolescente como quien obtiene un animalito doméstico.  Desconozco si proceden estas consideraciones en este informe.
“Seis hijos tuvimos.  Se fue amansando y me acetaba.  Ya el Roberto, el más grande, tenía unos catorce cuando me malicié alguna cosa.  Me había dicho la de la esquina que a cierta hora la Zully desaparecía.  Pero a esa mucho no le créi porque es medio bruja y malantraña.  Per’una vez el Roberto volvió antes de la escuela y no estaba su mama y me contó como con miedo.  Es claro, el muchacho pensaba que yo la’iba pegar.  Y lo pensé, don Molina, lejuro que lo pensé.  Pero uno se hace grande y se vuelve más mañoso y calculador.  Fue así que pensé en dejarla hacer pa ver endonde acababa la cosa.  Y acabó mal, nomás don Molina, mal, qué quiere quelediga.”
Fue aprobando sus materias con más facilidad que la que él mismo esperaba.  Era estremecedor ver en un hombre ya maduro, cómo iba descubriendo en el conocimiento formal las cosas que intuiría con su experiencia.  Su rostro se iluminaba cada vez que descubría la relación entre algún tema de clase y la vida cotidiana.
Con el tiempo comenzó a recibir visitas.  Él mismo estaba sorperndido porque no las esperaba.  Su hijo mayor y su hija más pequeña comenzaron a visitarlo con cierta regularidad.
“Pedí unos días en la fábrica por vacaciones, don Molina.  Como n’el verano necesitaban gente les venía bien que yo me fuera n’el invierno.  Pero no dije nada a nadies.  A nadies vea.  Fui hablando con’uno y con’otro y yendo pa’ca y pa’llá.  Y dí con lo que’staba pasando.  Seme había metido con un muchacho. Le veía en lo de él.  Le ví ir, le ví entrar, le ví salir.”
Las visitas a Romero lo cambiaron.  Se volvió menos retraído, participaba de las clases con menos pudor.  Y me hablaba.  Comenzó a contarme sus cosas personales.  Jamás le pregunté nada pero él empezó a contarme.  Es por eso que puedo saber tantas cosas de él y espero que sean útiles para este informe.  Al contarme sus cosas fui dando cuenta que tenía otros códigos, diferentes a los de la sociedad.  No digo que no conociera o rechazara las normas de la civilización, creo que los comprendía claramente.  Sencillamente entendía su situación como una fatalidad.  Resignadamente aceptaba su destino.
A pesar de la mejora en su carácter, con el transcurso de los meses, comencé a notarlo desemejorado, más delgado, débil.
“Le esperé en la casilla.  Volvió antes que los gurises llegaran de la escuela.  Al verme no habló, no me saludó, me miró y bajó la vista.  Sabía que yo sabía y creo que sabía más que eso, don Molina.  Le miré largo, como para acordármela siempre.  Mucho le miré.  No te vuá pegar, le dije.  No te vuá echar, le dije.  No te vuá perdonar, le dije.  No te vuá olvidar, le dije.   Te vuá matar, ahora, le dije.  No me miró, no me contestó.  No habló. No se quejó, no se quiso escapar.  No volví a verle losojo negros porque los cerró.  Los cerró para siempre.  Y le maté, Molina.  Como se mata un cabrito.  Una sola cuchillada. Una. La cuchillada que dí en mi vida.  La cuchillada que’s mi vida, don Molina.”
Sus relatos habían sido estremecedores.  Yo no era como Echarte que había lidiado con toda clase de gente y contaba los casos judiciales como quien habla de cualquier cosa.  A mí me emocionó su relato.   Tengo grabada en la memoria, palabra por palabra, su historia.  De esa puñalada definitiva, la que lo convirtió en asesino...  Como un personaje de Shakespeare, llevado a la tragedia por el destino. 
Por eso su muerte extraña me dejó muy impresionado.  Me cuesta creer lo del forense.  Él dice que Romero no estaba enfermo de nada.  Que él cree que lo envenenaron.  ¿Quién en el penal podía querer hacerlo?  Si estaba tan bien con las visitas de sus hijos.  Que siempre le traían tortas o emapanadas.  ¿Quién podría haber querido envenenarlo?  El forense al escuchar mis relatos de lo que sabía de Romero se sonrió.  “Si serás ingenuo, Molina” me dijo.  “Lo mataron los hijos, no te das cuenta.  ¿No ves que empezaron a visitarlo de repente? ¿Qué demostración de cariño le habían hecho antes?  Vinieron a vengar a su madre, Molina.”
Igual el informe del forense fue “infarto”.  De manera que no entiendo para qué quieren este informe ahora.  En fin, lo corregiré para sacarle las opiniones y cosas secundarias y pasarlo en limpio.

Cnel.  Matienzo, diciembre de 1974.